La Palabra me dice
Hoy iniciamos una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del capítulo 8, en el que inicia la narración de 18 milagros, con los cuales vemos la presencia del Reino de Dios que llega para ofrecer salvación a todos (también a vos y a mí), especialmente a aquellos que han quedado al margen de la sociedad. Creo que es aquí donde está la clave para el día de hoy: las líneas invisibles que definen nuestro lugar en la sociedad. El evangelio comienza regalándonos el panorama general de lo que ocurre alrededor de Jesús. En primer lugar, el movimiento de Jesús, que baja del monte: no está solo, le sigue mucha gente, van detrás de él, hacen su mismo camino, le han escuchado enseñar largamente y ahora regresan y mientras caminan seguramente comparten todo esto que han vivido y experimentado. Y ahora el evangelista hace un acercamiento de cámara, un primer plano (creo que podemos usar esta expresión). Vemos a los protagonistas: Jesús y un leproso que se acerca. Pero, ¿este leproso bajaría también del monte? ¿Habrá escuchado a Jesús hablar y enseñar? ¿Estaba entre toda la gente que le seguía o quizá estaba al borde del camino? Sabemos que los leprosos eran excluidos de la sociedad, y las leyes sobre la pureza los dejaban aislados, apartados, incluso de sus familias. Así que en este primer plano hay una contradicción: el leproso ha salido del lugar que le corresponde para hablar con Jesús. Y Jesús también sale de su lugar: extiende la mano y lo toca. Definitivamente ha roto una frontera: ¿acaso este maestro no sabe que al tocarlo se hace a sí mismo impuro? ¿acaso no entiende que la lepra es un castigo de Dios? Pero Jesús quiere limpiarlo y así lo hace. Y quiere también que se cumpla la ley: debe presentarse ante el sacerdote para que quede constancia de su curación. El milagro ha ocurrido y todos somos testigos. El milagro, las fronteras rotas, Jesús que toca al enfermo, la sorpresa de todos… ¿y nosotros? ¿Dónde quedamos? Sinceramente me preocupa que estemos quedando afuera, que todo esto no tenga nada que ver con nosotros. Por eso quiero que volvamos a la primera escena: a la escena en la que no había ninguna frontera rota: Jesús camina, baja del monte y mucha gente le sigue. ¿Acaso nos ubicamos nosotros allí? Escuchamos su palabra cada día, caminamos tras sus huellas, llenos de su gracia nos comprometemos para servir con los jóvenes, en medio de ellos. Es nuestro lugar. Pero hoy te invito a que te acerques, si, a que te acerques a Jesús nuevamente, deja de seguirlo por un instante y acércate a Él, con tu enfermedad, con tu limitación, con tu dolor, y dile: “si quieres, puedes limpiarme”. Rompe la frontera tú también. Deja que Jesús la rompa por vos. Deja que el milagro ocurra de nuevo. |