La Palabra me dice
Con este pasaje, Mateo concluye el primer gran discurso de Jesús, el Sermón de la Montaña (capítulos 5 a 7). Es la síntesis más densa de su mensaje. Todo lo que sigue hay que considerarlo a la luz de este sermón y en el primer versículo resuena algo que Jesús decía al inicio de este discurso: “si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos…” (cfr. 5:20). Ese título “Señor, Señor” (Kyrie) es una antiquísima invocación de Jesús, con la que la fe expresa su más fuerte expresión de alabanza. En el evangelio solo la usan los discípulos de Jesús. Pero esta confesión verbal debe corresponderse con la confesión de los hechos. Para Mateo, oír y hacer se corresponden y es un signo distintivo del auténtico profeta/discípulo, es ser “sensato”. Y las obras deben estar dirigidas sólo a “hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (como también rezamos en el Padre Nuestro); y esa voluntad es que su Reino se haga presente en todas las realidades de este mundo. A la vez, el discípulo-misionero de Jesús sólo debe ejercer la actividad “del Señor”, debe ser hecha “en su nombre”. Cristo debe estar en la persona del mensajero. Cristo ha “conocido” al que se ha identificado con él. Es un conocimiento amoroso, una actuación recíproca de uno en el otro. Esto es construir “la casa”, la propia vida, sobre la roca. Es hacer de Cristo y su Buena Noticia mi opción fundamental y en ella jugar toda mi vida. Ante las grandes pruebas de la vida y cuando seamos juzgados al final de nuestros días, solo podremos sostenernos en pie si nuestra vida estuvo edificada con un solo objetivo: Dios, el reino de Dios y su justicia. |