Evangelio del Dia

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Jueves 25 de Junio de 2020

La Palabra dice


Mt. 7, 21-29 - “Edificó sobre roca”

Jesús dijo a sus discípulos: “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?’ Entonces Yo les manifestaré: ‘Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal’. 

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande”. Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque Él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

La Palabra me dice


Con este pasaje, Mateo concluye el primer gran discurso de Jesús, el Sermón de la Montaña (capítulos 5 a 7). Es la síntesis más densa de su mensaje. Todo lo que sigue hay que considerarlo a la luz de este sermón y en el primer versículo resuena algo que Jesús decía al inicio de este discurso: “si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos…” (cfr. 5:20).

Ese título “Señor, Señor” (Kyrie) es una antiquísima invocación de Jesús, con la que la fe expresa su más fuerte expresión de alabanza. En el evangelio solo la usan los discípulos de Jesús. Pero esta confesión verbal debe corresponderse con la confesión de los hechos. Para Mateo, oír y hacer se corresponden y es un signo distintivo del auténtico profeta/discípulo, es ser “sensato”. Y las obras deben estar dirigidas sólo a “hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (como también rezamos en el Padre Nuestro); y esa voluntad es que su Reino se haga presente en todas las realidades de este mundo.

A la vez, el discípulo-misionero de Jesús sólo debe ejercer la actividad “del Señor”, debe ser hecha “en su nombre”. Cristo debe estar en la persona del mensajero. Cristo ha “conocido” al que se ha identificado con él. Es un conocimiento amoroso, una actuación recíproca de uno en el otro.

Esto es construir “la casa”, la propia vida, sobre la roca. Es hacer de Cristo y su Buena Noticia mi opción fundamental y en ella jugar toda mi vida. Ante las grandes pruebas de la vida y cuando seamos juzgados al final de nuestros días, solo podremos sostenernos en pie si nuestra vida estuvo edificada con un solo objetivo: Dios, el reino de Dios y su justicia.

Con corazón salesiano


Cabe aquí citar un artículo de las Constituciones de los Salesianos que sintetiza la coherencia de Don Bosco, que vivió una existencia fuertemente unificado y supo construir sobre el que es La Roca:

“El Señor nos ha dado a Don Bosco como padre y maestro. Lo estudiamos e imitamos admirando en él una espléndida armonía entre naturaleza y gracia. Profundamente humano y rico en las virtudes de su pueblo, estaba abierto a las realidades terrenas; profundamente hombre de Dios y lleno de los dones del Espíritu Santo, vivía como si viera al Invisible. Ambos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso: No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron las almas”.

Y sabemos que tormentas no le faltaron, pero gracias a él hoy podemos compartir esta espiritualidad.

A la Palabra, le digo


Espíritu Santo, formá en nosotros un oído atento de discípulos y concedenos coherencia de vida, para poder ser luz y sal en nuestra historia cotidiana y en la sociedad, de modo que los demás, viendo nuestras buenas obras, “den gloria al Padre”.

No permitas que construyamos nuestras vidas sobre seguridades pasajeras, que no resistirán los embates de la vida. Danos la fuerza y la audacia para seguir a Jesús, Camino, Verdad y Vida, y para jugarnos por el Reino y su justicia.