Con corazón salesiano
Un alumno del Oratorio, llamado Jacinto Ballesio, nos regala el testimonio de la luminosidad de nuestro padre Don Bosco: “¡Cuántas veces me viene a la memoria el recuerdo de Don Bosco! Le veo dulce y sonriente bajo el pórtico o en el patio, sentado en tierra, en medio de siete u ocho hileras de niños que, como flores vueltas al sol, en torno suyo se agrupan para escucharle. Entrad en el refectorio al concluirse la comida. Encontrarán a Don Bosco que, ocupando en un continuo trabajo, llega el último de todos a tomar un ligero alimento. ¿Acaso es algo reservado especialmente para él? No, nada menos que la apostólica comida de los suyos. Pero ¡cielos! ¿que algarabía es esa? Hay allí multitud de niños que juegan, cantan y gritan: unos en pie, otros sentados en el bancas, otros sobre la mesa. Alrededor de Don Bosco se apiñan las cabezas. Casi no se le ve. Y, en medio de tal bullicio y de aquel ambiente apenas respirable, Don Bosco goza con sus hijos; a este alienta con una palabra, a aquel con una caricia, al de más allá con una mirada, al otro con una sonrisa: todos están contentos y él contentísimo. Aun mientras como Don Bosco no pierde oportunidad de cumplir su bendito propósito. Estar con los niños es su santa y irresistible pasión.” Nuestro padre siguiendo a Cristo, según las bienaventuranzas, se convirtió en sal y luz de los jóvenes. Su presencia le pone sabor a la realidad, la vuelve más gozosa y sabrosa; da luminosidad, se convierte en un foro, un testimonio vivo de la vida del Evangelio. |