La Palabra me dice
Mi deseo para este rato es escuchar a Dios y que su Palabra sea luz para mi vida, quiero contemplar con mis ojos, escuchar con mis oídos y dejar que la fuerza del evangelio transforme mi vida para asemejarme más a Jesús. La pregunta que Jesús resucitado le hace a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes. Jesús le hace por tres veces la misma pregunta: “Simón, ¿me amas?”, a la que Pedro contestará sucesivamente: "Sí, “Señor, tú sabes que te quiero”. Entonces Jesús le confía su misión colocándole en un puesto de confianza. Es el amor que le permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado, es el amor el que nos puede hacer entrar a nosotros en ese misterio pascual. El que no ama, seguramente poco podrá entender algo acerca de la fe cristiana. El amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y demostraciones. Amar siempre será aventurarse en el otro. Y este texto de Juan me invita a pensar cómo es mi amor al Señor, de cuánto soy capaz de aventurarme en este amor para que sea auténtico, genuino, único. Cuando amamos a alguien pensamos en esa persona, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca, deseamos estar junto a ella, nos dejamos mirar con ternura, confiamos en sus sentimientos; toda nuestra vida se siente transformada. ¿Será así nuestra relación con el Señor? ¿Es así como sentimos su presencia en nuestra vida? ¿Nos interpela su amor y nos dejamos transformar por su vida y su misterio? La fe cristiana es una experiencia de amor. Por eso creer en Jesucristo, es mucho más que aceptar o estudiar verdades o razones acerca de Él. Creer en Jesucristo es experimentar que Él se va convirtiendo en nuestro centro, que va cambiando nuestro modo de pensar, nuestro modo de querer y toda nuestra vida. Ser discípulo de Jesús significa ser preguntado constantemente: "Me quieres?” No es que Jesús dude de nosotros; pero desea que reconozcamos cómo expresamos ese amor. Podríamos preguntarnos también nosotros: "¿Qué he hecho por Cristo?" "¿Qué estoy haciendo por Cristo?" "¿Qué es lo que haré?" Y el texto termina diciéndonos sólo una palabra: “Sígueme”. |