La Palabra me dice
Sereno mi corazón, aquieto mis urgencias y preocupaciones, acallo mis pensamientos por un rato, para poder encontrarme con el Señor en su Palabra. A los que escuchaban aquel día a Jesús, les resultaba “duro el lenguaje” que usaba. Parece que el Señor era muy directo y desenmascaraba todas las intenciones, críticas y sospechas que había en el corazón de los oyentes. Pienso que habrán quedado como al descubierto frente a la mirada de Jesús y eso les incomodaba. También, la palabra de Jesús nos provoca y nos desinstala. Mientras, el texto nos permite percibir la incomodidad de estos seguidores en esto de “murmurar”. Me imagino la escena, criticando por debajo, cuchicheando con desconfianza, y escandalizados por lo que Jesús decía. Esos pensamientos y actitudes alejan del Señor, ponen distancia entre ellos y el Maestro. A tal punto, que dice el texto que muchos dejaron de acompañarlo. Cuántas veces esas actitudes y pensamientos no sólo nos alejan del Señor, sino también nos alejan de los hermanos, de la comunidad, nos cierran en nuestros modos de pensar y no dejan llegar la novedad de la Palabra. Sin embargo, muchos otros de los que estaban escuchando, sentían que las palabras que Jesús pronunciaba tenían vida, traían vida, llenaban el corazón, liberaban el alma y traían respiro a tantas normas y esquemas preestablecidos en la cultura judía. Sus palabras liberaban y los llenaban de vida. Esa es la autoridad con la que habla el Señor. ¿De dónde proviene la autoridad de las palabras de Jesús? Provienen de proclamar y anunciar la Vida. Sus palabras eran vida, transmitían vida y llenaban la vida de los discípulos, y también la nuestra. Y en esas palabras creían, y en esas palabras aún creemos. |