La Palabra me dice
La cuestión de los orígenes siempre ha preocupado a las personas. Por eso, quien no ha conocido a su padre o a su madre, en algún momento sentirá la necesidad de conocerlos. Por eso también se estudian los mitos de origen en las distintas “civilizaciones”. A partir del origen se puede reconstruir una historia, encontrar una identidad, validar una vida. Las preguntas de los judíos, con las cuales se abre este texto, rebelan que ellos no creían en Jesús. Él acababa de realizar un signo, por el cual después lo buscaban, y ahora preguntan por un signo. En realidad, detrás de esos interrogantes está quién es Jesús, su verdadera identidad. Ellos luego se remontan a un hecho fundacional: los padres les transmitieron que en el desierto fueron alimentados con el maná, un pan del cielo, por intercesión de Moisés. Y existía una tradición que decía que el maná sería también alimento de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús los reconduce al verdadero origen: el Padre. Él es el que ha dado el maná y ha hecho alianza con el Pueblo. Y Él es el que da “el verdadero pan”. Ese pan, ahora Jesús lo dice abiertamente, es Él mismo, que ha bajado del Cielo. Él es precisamente quien el Padre ha enviado, para que el mundo tenga verdadera vida y ya no pase hambre. La gente parece seguir en el equívoco y pide más pan. Y Jesús vuelve a insistir con el “Yo Soy” típico de Juan, para volverlos siempre al origen. Como en el caso de la Samaritana (cuyo argumento fue el agua), aquí Jesús quiere que se den cuenta que hay que pasar del pan que cocinan en las casas para apagar el hambre, a este otro pan, que llena de vida el corazón. Juan no relató la Cena Pascual, con el cordero, el pan y la copa del rito, signo de la Nueva Pascua de Jesús, por eso en el capítulo 6, que la liturgia nos seguirá proponiendo, se correrá el velo del misterio de este pan nuevo y distinto que Él quiere ofrecernos. |