La Palabra me dice
Vamos caminando por la vida, a veces solos, a veces en patota, otras veces con algún amigo/s. Pensemos en los ancianos. En los que están en guerra. En los que no tienen familia o la han dejado. Pero cualquiera sea la situación, aunque estemos brindando o festejando, siempre nos falta algo. No nos bastamos. Hoy todavía peor, donde se vive muchas veces apiñados en ciudades pero en medio de un gran vacío. Alguien escribió un libro del título “La Era del Vacío”. Entonces intentamos llenarnos con algo…pero el agujero, con frecuencia, se hace más grande. Los discípulos de Emaús sentían el vacío de una gran ausencia, de alguien que había sido muy importante para ellos. Y al mismo tiempo que sentían la ausencia, estaban decepcionados. Y tal vez con miedo. Era una de esas experiencias fuertes y dolorosas que no se aplacan con una palmadita en la espalda, ni siquiera con una frase bien dicha. Pero hay alguien, un desconocido, que de improviso se acerca y nos dice: “voy con ustedes”. Y empezamos al charlar sin darnos cuenta, de las cosas que nos pasan. Parece buen tipo, nos comprende, nos anima sin retórica, en fin, lo que dice parece interesante. Se crea una confianza mutua. Como se da una relación linda y fluida, cuando llegamos a casa lo invitamos a cenar. Mi mujer siempre tiene algo preparado, por si se invita a alguien. O pasa algún pobre hambriento. Estamos comenzando a cenar y de repente sentimos que no estamos solo, que esta Él, que es Él, el que habíamos perdido. Y nos damos cuenta y empezamos a entender la charla del camino. Entendemos que era Él y que ya no nos dejaría. Que estaría siempre con nosotros. Que podríamos escucharlo cuántas veces quisiéramos. Que ahora Él nos tendría preparada la cena. Y que podríamos cantar: “esta noche cenaremos juntos, habrá buen vino y estará en la mesa, lo más querido de la vida nuestra” ¡aleluya! |