La Palabra me dice
El escenario es la orilla y el mar de Tiberíades, que fue el lugar donde Jesús realizó la multiplicación de panes y peces y luego pronunció el discurso del Pan de Vida. Están presentes siete discípulos, no ya los Doce que por lo general representan al antiguo Israel, sino los Siete que representan la totalidad a la que son enviados. Pedro los convoca en primera persona a ir a pescar y los demás van con él. La pesca es la misión. Pero es de noche. La noche de la ausencia de Jesús no pescan nada. Al amanecer se manifiesta aquel que la liturgia llama “el Lucero de la Mañana”. Como suele suceder, al principio no lo reconocen. Pero cuando les manda tirar las redes, el discípulo amado (que siempre llega antes), sí lo reconoce y lo dice a Pedro. Éste se ciñe la túnica y se tira al agua, como Jesús se había ceñido para lavarles los pies. Pedro comienza a entender. Y la pesca resulta abundantísima, porque ahora se hizo la luz en sus corazones, ya que el Resucitado estaba con ellos. Cuando llegan a la orilla encuentran pescado a las brasas y Jesús que los invita a comer. Aquí se produce el verdadero encuentro. Porque la orilla, la tierra firme, representa al mismo Jesús de donde hay que partir para escuchar su palabra y luego recibir su pan. El mar representa el mundo, al que los discípulos son enviados al trabajo apostólico, a la evangelización. Solo unidos a Él podrán dar fruto: “Sin mí, nada pueden hacer”. Sin la palabra y el pan de Jesús, se hace imposible cumplir la misión, la misión que siempre va más allá de los resultados inmediatos y visibles. Podemos preguntarnos qué nos dice este texto sobre nuestra misión de educadores y pastores y si somos conscientes de que el espíritu del Resucitado es siempre el principal actor. En todo caso, se trata de vivir siempre la “gracia de unidad”. |