Evangelio del Dia

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Martes 25 de Febrero de 2020

La Palabra dice


Mc. 9, 30-37 – “Debe hacerse el último”.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se entera se, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará". Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutíais por el camino?".
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado".

 

La Palabra me dice


El texto de hoy, trae un segundo anuncio de la pasión, que no genera ningún comentario entre los discípulos, porque siguen sin comprender nada. La luz de la transfiguración parece haberse apagado. Lo único que cambia en su actitud es que, víctimas del miedo, ni contradicen ya a Jesús ni se atreven tampoco a preguntarle. Encarnan perfectamente la figura del epiléptico dominado por aquel espíritu que lo había dejado mudo. Su miedo revela que carecen de una fe sólida y que aún necesitan un adecuado conocimiento de la persona de Jesús.
También, este texto trae una lección magisterial de Jesús a sus discípulos. Jesús percibe dificultad de comunicación entre ellos, porque persiste entre ellos la diversidad de preocupaciones. Urge entonces, ante la discusión que tuvieron por el camino, una lección: la del servicio.
Jesús se introduce en el tema como verdadero Maestro que es ante ellos. A continuación, aparecen dos sentencias, que bastan para expresar esta dura exigencia del discipulado. Atacando de raíz el afán de orgullo y poder, la primera sentencia señala dónde está la verdadera grandeza. Sin excepciones ni restricciones, solamente es grande aquel que se ocupa de servir al prójimo, de manera afectiva y efectiva.
La segunda sentencia, con la presencia de un niño, símbolo de lo insignificante en la mentalidad de ese tiempo, explicita y completa la primera. Se es grande –viene a decir–, no cuando se ocupa un puesto de relevancia, sino cuando en la vida se hace sitio para quien no tiene grandeza. La razón de ellos está en que Jesús mismo –y Dios a través de él–, se encarna en el que no goza de relieve ni prestigio, en el débil e indefenso.

Con corazón salesiano


Cada año, recurren a la puerta de Don Bosco un número más grande de pequeños trabajadores, aplastados por una montaña de injusticias, dice Teresio Bosco. Hasta 1944 existían normas en el Piamonte, que regulaban el trabajo entre aprendices de taller y patrones, y defendían al joven obligando al patrón a enseñarle bien el oficio y a no explotarlo.
Los liberales, en 1844, arrancan un edicto real aboliendo esas normas. Desde aquel momento los aprendices y los jóvenes obreros se quedaban solos e indefensos en manos del patrón.
Don Bosco, ante este macabro escenario, defiende hasta el límite de sus fuerzas a los chicos trabajadores. Exige contratos regulares a los patrones, que los pequeños trabajadores no deben ser explotados, pide un horario de trabajo que sea respetado, prohíbe que se les pegue, y pide garantías para su salud, el descanso, y el tiempo necesario para aprender a leer y escribir. Pero esto no dejaba satisfecho a Don Bosco. Sus chicos, que ya eran muchos, debían aprender el oficio en talleres de la ciudad, lo cual significaba todo un peligro para los pequeños.
Así dadas las cosas, en el otoño de 1853 Don Bosco realiza un acto de audacia; comienza una seguidilla de construcciones en torno al Oratorio. Serán destinadas a talleres para sus chicos: talleres de zapatería y sastrería (1853); encuadernación de libros (1854); carpintería (1856); imprenta (1862); herrería y que será luego mecánica (1867).
Los chicos, ahora, no salen a trabajar a la ciudad. Trabajan en casa, bajo la guía amorosa de Don Bosco y de sus ayudantes. Pero Don Bosco selecciona a los chicos: prefiere a los más pobres, a los más míseros, a aquellos que tienen necesidad absoluta de una mano para no naufragar en la vida. En esos pequeños reconoce el rostro de Cristo, y a ellos dedica su vida y sus fuerzas.

También así lo vivieron los Santos Luis Versiglia y Calixto Caravario, nuestros protomártires salesianos, beatificados (1983) y canonizados (2000) por San Juan Pablo II. Su pasión por servir los llevó como misioneros a China. Y su defensa de los pobres y pequeños los llevó a entregar la vida por salvar la integridad física y moral de unas jóvenes catequistas, a punto de ser secuestradas por una horda de piratas maoístas. Estos los atacaron al trasladarse en barca hacia otras comunidades cristianas. El obispo Versiglia y el joven padre Caravario, ambos salesianos, defendieron hasta donde pudieron que no se llevaran a las jóvenes. La inmolación de su vida se consumó en el bosque donde los detuvieron, atados a dos árboles y fusilados por defender la justicia y la dignidad humana.

A la Palabra, le digo


Nos has mostrado con tu ejemplo, Señor,
que es posible vivir para los demás.
Tu vida es un espejo fiel donde mirarnos para
descubrir cuánto nos falta cambiar
y cuánto todavía podemos dar a los demás.
Tú saliste a recorrer los caminos
para ir al encuentro del necesitado
y el excluido.
Tú acogiste a los despreciados
y a los que todos marginaban
Tú atendiste las necesidades del pueblo,
sanaste sus enfermedades,
les enseñaste a compartir el pan,
y vivir unidos.
Tú ofreciste tu vida hasta el final,
hasta entregarla por amor y pura donación,
para que todos vivamos más y mejor,
y podamos alcanzar la vida verdadera.
Señor del servicio, muéstranos el camino
que lleva a darlo todo por los demás.
Ayúdanos a tener tus mismos sentimientos,
preocupaciones y opciones.
Haz que atendamos las necesidades,
sufrimientos y esperanzas de nuestro pueblo.
Haznos cercanos y hermanos de todos.
Enséñanos a vivir pensando primero en el otro,
enséñanos a vivir como verdaderos servidores,
dispuestos, generosos, alegres y fraternos
con todos, Señor, con todos. Amén.
 
(Miguel Fuentes Carreon)