Evangelio del Dia

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Miércoles 19 de Febrero de 2020

La Palabra dice


Mc. 8, 22-26 – “Todo con claridad”.
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. Él tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: “¿Ves algo?”. El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: “Veo hombres, como si fueran árboles que caminan”. Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Ni siquiera entres en el pueblo”.
 

La Palabra me dice


Al punto de advertirles a los discípulos sobre el riesgo de la ceguera que los rodea y amenaza, Jesús devuelve la vista a un ciego. Todo un signo para los que lo rodean. Pero aquí vemos una diferencia respecto a otros milagros: no se describe la enfermedad, no hay un efecto inmediato a la curación, y no existe reacción de la muchedumbre. Y es que si el ciego no tiene nombre, es para que cada discípulo se ponga en su lugar sin dificultad. Si el proceso de curación resulta lento y laborioso, es para advertir que también el proceso de la fe es pausado, gradual y no carente de incertidumbres y vacilaciones.

Con corazón salesiano


Juan Bosco, en su juventud, fue impetuoso. Él mismo se confía a San Francisco de Sales, en tiempos del seminario, para sumarse a la ardua tarea de conformar su modo de pensar y obrar a la manera dulce y serena del gran doctor de la Iglesia. Por eso, lo querrá como patrono principal y modelo de sus salesianos. La dulzura y la caridad de San Francisco de Sales como recomendación divina a Juan Bosco, no surge de la nada. Podemos hallar un posible origen (ente muchos otros) en la sabia amonestación de Luis Comollo, que -luego de ser defendido por Juan a costa de varios puños y descarga de adrenalina contra otros incipientes promotores del bullying contra el sereno Luis-, le recuerda que “muchas gracias por la defensa, pero esa fuerza Dios no te la ha dado para hacer el mal”, con palabras parecidas.
Juan Bosco comprende allí que todo es fruto de paciencia, comprensión, enmienda, y tiempo. Su fe crecerá gradual y constante, guiado por estos avisos del cielo, que llegaban de la forma más misteriosa.

A la Palabra, le digo


Que yo pueda sentir con tus sentimientos,
los sentimientos de tu Corazón
con que amabas al Padre y a los hombres.
Jamás nadie ha tenido mayor caridad que Tú,
que diste la vida por tus amigos,
culminando con tu muerte en cruz
el total abatimiento
de tu encarnación.
Quiero imitarte
en esa interna y suprema disposición
y también en tu vida de cada día,
actuando, en lo posible, como Tú procediste.
 
(Pedro Arrupe)