Evangelio del Dia

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Viernes 14 de Febrero de 2020

La Palabra dice


Mc. 7, 31-37 – “Hace oír a los sordos”.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
 

La Palabra me dice


El relato de la curación del sordomudo resalta todavía más la participación de los paganos al banquete de la salvación que Jesús ofrece. El sordomudo es el mejor representante del paganismo: sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo. No obstante, también sobre él recae el poder liberador de la palabra de Jesús, que rompe la sordera espiritual y suelta la lengua para la alabanza divina.
La exclamación conclusiva de la multitud, en la que se percibe el eco de Gn 1,31 e Is 35,4-6, expresa el reconocimiento de Jesús como aquel que, luchando contra el mal y el sufrimiento, devuelve a la creación su esplendor original e inaugura el tiempo de salvación anunciado por los profetas. Ello constituye para los lectores cristianos un motivo seguro de esperanza. Dios llevará a término la obra que en Jesús ha comenzado.

Con corazón salesiano


Juan Cagliero, recuerda el día en que llegó a la pobrísima casa de Valdocco: “Vi que todo era pobre en aquella casita. Baja y estrecha la habitación de Don Bosco; nuestros dormitorios, en el piso bajo, estrechos y empedrados con piedras de calle y sin ningún mueble, excepto nuestros jergones, sábanas y mantas. La cocina era miserable y desprovista de batería, excepto algunas escudillas de estaño con su cuchara.” Pobreza, sacrificios, dificultades. Pero, ¿qué convencía a aquellos muchachos para quedarse al lado de Don Bosco?
“Don Bosco disfrutaba mucho cuando él mismo podía servirnos en el comedor; dedicarse a limpiar el dormitorio, limpiar y remendar los trajes y otros servicios parecidos. Su vida común, que hacía con nosotros, nos persuadía de que más que en un colegio o en un hospicio, estábamos en una familia bajo la dirección de un padre amoroso y sin más preocupaciones que nuestro bien espiritual y temporal. (…) Si veía que alguno era menos bueno, estudiaba el modo de acercarse a él y decirle alguna buena palabra al oído; y después le hacía observar para llevarlo al bien y afianzarlo en la piedad”. La palabrita al oído, es una hermosa imagen para contemplar lo liberador que es el amor, el poder de sanar y curar lo enfermo y herido. En la escuela de Jesús, Don Bosco aprendió las palabras justas para liberar a sus jóvenes.

A la Palabra, le digo


Hoy como nunca Señor Jesús,
Te rogamos hoy como nunca,
abre nuestros oídos, deja penetrar tu Palabra
envuelve con el sonido de tu voz todo nuestro mundo,
impregna este tiempo de tu calma.
Apártanos de la multitud
que ensordece los sentidos y sánanos,
estréchanos en la intimidad del alma.
Tu cuerpo bendito renueve nuestra vida
y nos libere por fin de la mentira…
Hoy es preciso salir de esta trampa,
la que impone acomodarnos a este tiempo sin espacios comunes,
sin lugares de encuentro, tan cercanos al abismo,
con rumbo incierto.
Haznos misión Señor, mensaje, palabra.
Desata esta lengua inhibida por las propias heridas,
paralizada por la cobardía,
la falta de ganas.
Ten compasión una vez más…
Para alabarte, Hijo de Dios
el corazón se vuelva ardiente llama
y te reconozcamos para siempre,
Señor de los señores,
Voluntad Eterna de Dios Padre,
que nos diste filiación divina y humana.
Amén.