Evangelio del Dia

Buscar por fechas

Jueves 09 de Enero de 2020

La Palabra dice


Lc. 4, 14-22 – “Todos estaban llenos de admiración”.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca.

 

La Palabra me dice


En esta oportunidad nos vamos quedar con el último renglón del texto evangélico de hoy. Es un final feliz, gratificante, de alto vuelo emotivo. Aunque sabemos, por nuestra asidua lectura, cómo concluyó completamente este pasaje del Evangelio de Lucas. No fue un final feliz, más bien fue un final apresurado y violento.
 
Pero volvamos a considerar la “admiración” de los oyentes de Jesús. En nosotros tiene que surgir esta actitud filial y amiga de quedarnos admirados por las palabras y gestos de Jesús. El texto nos ofrece también una forma, a la manera de dirección clave en nuestra relación con Jesús cuando dice que “todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él”. Ahí está, en ese pequeño detalle, la intensidad de nuestro seguimiento. Hay que acostumbrar nuestra mirada fija en Jesús. Él es el centro de nuestra vida de discípulos misioneros.
 
Con esta atención cotidiana y habitual, conoceremos cada vez mejor a Jesús, el verdadero predicador, aquel que abre el Libro de la Palabra y nos explica las Escrituras.

Con corazón salesiano


Del mismo modo que Don Bosco colocó en el centro de su vida a Jesús, lo hacemos nosotros hoy para encarnar el Evangelio, anunciando la propuesta del Reino allí donde nos encontremos:  en el oratorio del barrio, en las actividades misioneras de verano, en la pileta, en el río, en el mar, en la montaña, en la ciudad y en el campo.

A la Palabra, le digo


Estoy contemplando la Palabra. Cierro los ojos. Reconstruyo una vez más el texto del Evangelio de hoy. Y ahí estás vos, Jesús, en el centro. Estoy admirado por tanta claridad. Dame fuerza para conservar esta actitud tan simple de la admiración. Así comienzo esta gran aventura con vos.