Evangelio del Dia

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Viernes 22 de Noviembre de 2019

La Palabra dice


Lc. 19, 45-48 - “Han convertido la casa de Dios”.
Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
 

La Palabra me dice


Jesús llega a la ciudad y va directamente al templo. Estaba ubicado en la cima de un monte, era lugar de oración, de enseñanza, donde estaba Dios, donde la comunidad se encontraba con Él, hacia él peregrinaba el pueblo una vez al año, en la fiesta de la Pascua, desde los lugares más lejanos.
 
Pero, para los sumos sacerdotes, los letrados y los jefes del pueblo, el Templo representaba aquello sobre lo cual asentaban su poder, su autosuficiencia y su creerse superiores a los demás…
 
 “Mi casa será una casa de oración” Me dejo interpelar por estas palabras de Jesús y me pregunto ¿Qué significa para mí el templo? ¿Cuáles son hoy los otros templos en los que me encuentro con Dios? Es lugar de encuentro con el Dios vivo... es la creación que Dios me regaló, es mi propio cuerpo donde El habita, es la comunidad, son los jóvenes más pobres...
 
“Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones” Dejo que esta expresión de Jesús ilumine mis motivaciones para ir al templo como lugar de encuentro con El y con la comunidad, con mi grupo. ¿Cómo no hacer del templo una cueva de ladrones donde me resguardo en un culto para tranquilizar mi conciencia, sin llegar a un cambio que toque mi vida cotidiana? Recuerdo el culto querido por Jesús: “Quiero misericordia y no sacrificios”
 
Dejo que esta expresión de Jesús me ayude a mirar la Creación que es templo Dios. Veo cómo hoy está siendo devastada, explotada, contaminada su agua, su aire y su tierra en beneficio de intereses económicos que favorecen a unos pocos, para sostener el “nivel de consumo” que es igualado al “nivel o calidad de vida”.
 
Considero el templo que soy yo mismo, cómo lo cuido, lo respeto, lo valoro. Este cuerpo-templo no es material descartable, no es para ser usado y dejado de lado… tiene una dignidad, una riqueza, lleva dentro un tesoro valioso. Doy gracias por este templo y me comprometo a cuidarlo con cariño y sencillez.

Con corazón salesiano


Don Bosco se dirigía a los chicos del oratorio animándolos a servir a Dios haciendo bien lo que tenían que hacer, trabajando, ocupándose de las cosas...
María Mazzarello cada mañana encaminaba sus pasos y su corazón hacia el templo, incluso en los rígidos amaneceres invernales, el compromiso diario de participar en la misa, era algo heroico, aunque no lo pareciera. Basta pensar en el distancia de la iglesia y en el recorrido que hacía a pié... tenía sed de Dios, del Dios vivo...
Nos dejamos animar por ellos...

A la Palabra, le digo


Rezo el salmo 84 (83). En el silencio del corazón hago mía sus palabras: “Qué admirable es tu morada, Señor de  los cielos. Mi alma suspira y sufre por estar en tus atrios. Mi corazón y mi carne lanzan gritos con anhelo de ver al Dios viviente. Aún el pajarillo encuentra casa y la alondra su nido para sus pequeñitos: tus altares, señor de los ejércitos, de mi Rey y mi Dios. Felices los que habitan en tu casa, te alaban sin cesar. Dichosos los que encuentran en Ti su fuerza y les gusta subir hasta tu templo…. Señor, Dios de los cielos, ¡Feliz el que pone en Ti su confianza!”