La Palabra me dice
La imagen del banquete era usual en el judaísmo para designar el reino de Dios. Él mismo es el anfitrión de una gran fiesta (a veces el banquete es de bodas, no en este texto más sobrio). Su deseo es invitar a todos, "a mucha gente". El Reino es comunión, alegría, celebración. Hay una invitación personal a cada uno y esto impone la necesidad de dar una respuesta. "Empezaron a excusarse...": Es significativa la seguidilla de renuncias a la fiesta. Evidentemente hay otros intereses: las ocupaciones, los negocios, la propia vida afectiva, tantos motivos para decir que no... Si bien la parábola es una crítica contra los dirigentes religiosos del judaísmo, a quienes se anuncia su exclusión del reino divino, es justo que nos espejemos hoy sobre esa actitud. ¿Es que de verdad valen más mis cosas que el participar del Reino? ¿Es que no tengo en consideración la invitación del servidor que viene a invitarme en nombre del Señor? ¿Es que me cuesta tanto despegarme de mi rutina, de mi mirada demasiado terrenal y utilitaria? ¿Es que no quiero compartir mi tiempo con los otros invitados? Pero el banquete del Reino no se clausura. Habrá otros invitados: "Trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos... Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa". El Reino termina siendo de aquellos a quienes por fin está destinado: los últimos, los pequeños, los pobres, los pecadores. Y por último: de los alejados, los que no creen, los que están del otro lado de los cercos, en otros caminos... El banquete se transforma en una fiesta universal de un Dios que es Dios de todos y quiere celebrar con todos. |