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07 de agosto, 2019

En el país del oratorio

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Hace un tiempo, un domingo, fuimos al barrio Don Bosco de Alta Gracia, Córdoba. Hicimos un día de oratorio en la placita del barrio. Se llenó de pibes. Había futbol por allá, dibujo por acá, la mancha corría de un lado para el otro…

Llegó la famosa hora de la merienda y la típica actuación: un chico triste que caminaba desolado, otro distraído y hablando por celular, a los cuales un grupo de jóvenes invitan al Oratorio. Ellos se animan a ir y se vuelven felices.

Uno de los actores pregunta al público, lleno de niños y animadores, si sabían lo que era el Oratorio. Una nena —debía tener unos 4 años— gritó contundentemente: “¡Sí!”. Y al segundo volvió a gritar: “¡Es un país!”. Inmediatamente me entré a reír a carcajadas y contagié la risa a otros animadores que escucharon a esa niña.

“Un país —pensé—, ¡son tremendos estos pibes!”. Pero en el fondo, algo me había hablado, algo me había dicho que allí había algo más… ¿Y si el Oratorio fuera un país? ¿Cómo sería? Empecé a meditarlo, a rezarlo. Una voz me hablaba…

 

¿Qué pasaría si el Oratorio fuese un país?


Estoy seguro que sus habitantes buscarían estar siempre alegres.


Los jóvenes serían los protagonistas de la sociedad.


Los pibes podrían jugar, salir a correr, a tomar mates, a bailar, a hacer rap y se sentirían libres y seguros.


Nadie juzgaría a otro.


Se trabajaría incansablemente para que todos tengan hogar, alimento y trabajo.


El presidente sería el primero en poner en práctica el carisma salesiano.


Don Bosco sería un prócer.


No habría cargos electorales, sino puestos de animación y servicio.


La política sería la del Padre Nuestro.


Habría nuevos ministerios: de la Música, del Teatro, de Jóvenes, de Solidaridad…


El sistema preventivo sería la Constitución Nacional.


No habría tantas leyes. Serían sólo dos: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. ¡Las sanciones se aplicarían en base al mandamiento del Amor!


El ideal a alcanzar no sería el éxito, el dinero o el placer, sino la santidad.


No existirían tantas casas ni departamentos: todos vivirían en comunidades compartiendo lo que tienen.


Estaría prohibido no compartir el mate.


En todas las comidas se bendeciría los alimentos… ¡quizás con el “rap” de la bendición!



Habría oratorios, batallones, Mallín, infancia y adolescencia misionera, Chepalo, Camrevoc, catequesis, murgas, colonias, grupos juveniles, campamentos, coros y encuentros de jóvenes constantemente. Serían políticas públicas de las provincias.



En vez de cárceles habría escuelas, centros de día, clubes deportivos, espacios artísticos, programas y proyectos educativos, sociales y pastorales para los pibes.


Los chicos tendrían todos sus derechos garantizados.


Las chicas no tendrían miedo de andar por calle, ni faltaría ninguna. Habría igualdad.


El futbol no sería un negocio, sino otro espacio de inclusión.


En la noche, por cadena nacional, el presidente transmitiría un mensaje de buenas noches.


No existiría la violencia. Ni tampoco la discriminación.


Las calles se volverían patios.


Los fines de semana se organizarían juegos multitudinarios en las plazas.


La gente estudiaría y pondría su profesión al servicio de la sociedad.


Se podría compartir el corazón con mucha naturalidad en cualquier espacio.


Se fomentaría la vocación a ser feliz.


En las escuelas, en vez de preguntarte “qué querés estudiar”, te preguntarían: “¿qué soñás?”.


La Iglesia no sería un espacio físico, sino que se viviría en cualquier lugar.


 

Un país donde los pibes tienen educación de buena calidad.


Un país donde no se los mete presos y no se los mata, sino que se les da oportunidades.


Un país donde desde chicos se fomenta lo bueno.


Un país donde los pibes no sean víctimas de las drogas, de los abusos, de la explotación.


Un país donde los pibes son incluidos y salen adelante.


Un país donde los pibes son protagonistas, tienen dignidad y son felices.


Un país donde se enseña a ver a Dios en lo cotidiano, en lo sencillo, pero sobre todo en dar una mano al otro.


Un país donde los pibes son amados por ser pibes.


Un país donde los pibes se sienten amados profundamente por Dios.



 

¿Y si el Oratorio no fuera un país? ¿Y si fuera un continente? ¿Y si fuera todo el mundo?

¿Y si el país del Oratorio fuera un anticipo del Reino? Como lo dijo Jesús: “el Reino está entre ustedes… ya está aquí”. Solo hay que completarlo, trabajarlo y purificarlo para que sea completamente realidad.

¡Tal vez con el Oratorio sea lo mismo! El Oratorio ya está aquí. Y tengamos que seguir laburando para que algún día, el Oratorio sea un país: ese lugar donde querramos vivir y querramos estar.

Tal vez así lo soñó Don Bosco…

Ojalá podamos llevar ese país del Oratorio a cualquier lugar. Es más… ¡que no existan las fronteras! Que podamos sentirnos como ciudadanos del Oratorio, ciudadanos del Reino de Dios, en cualquier lugar, con cualquier hermano, con cualquier pibe… y trabajar por Dios, en los pibes, a la manera de Don Bosco.

Y ahí dejé de reírme. Y entendí lo que Jesús decía de “sean como los niños”, y que en sus dichos esconden grandes verdades. Entendí que Dios estaba allí, en esa pequeña pero sabia niña de 4 años. Nos decía que el Oratorio podía ser un país. Y ojalá así lo sea. • (punto final)

 

Por Federico Veltri • fedeveltri@hotmail.com

BOLETIN SALESIANO - AGOSTO 2019