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11 de marzo, 2021

“Don Bosco me enseñó a amar a María Auxiliadora”

Los que conocieron a Don Bosco: Santiago Costamagna

Me llamo Santiago Costamagna, y desde niño Don Bosco me transmitió una gran confianza en la Virgen, que me llevó a crecer en la devoción a María Auxiliadora. Recuerdo como si fuera hoy una experiencia que me marcó toda la vida. Era el 3 de mayo de 1867. Don Bosco había ido a Caramagna, mi pueblo natal, donde había pronunciado un hermoso sermón después del cual vino a almorzar a nuestra casa. Fue la última de las varias veces que Don Bosco estuvo en Caramagna.

Después de la comida, el patio de casa quedó totalmente lleno de gente que quería ser bendecida por este servidor de Dios. Don Bosco, sin resistirse a nada, bajó del comedor con mi hermano Luis y conmigo, que estaba deseoso de ver un milagro en mi pueblo natal. La primera persona que se halló a los pies de Don Bosco fue una pobre mujer, de bastante edad, completamente desarticulada, que se arrastraba con pena apoyada en dos muletas. Había oído sobre la eficacia de la bendición de Don Bosco y la esperaba con fe. Yo agudicé mis sentidos y mi atención para observar, y apenas a un metro de la escena que se desarrollaba, oí este diálogo que fue seguido de un milagro:


— ¿Qué desea usted, mi buena mujer? —comenzó por decir Don Bosco.

— ¡Don Bosco! ¡Tenga piedad de mí! ¡Deme su bendición!

— De todo corazón. Pero, ¿tiene confianza en la Virgen?

— ¡Claro que sí! ¡Y mucha!

— Entonces —continuó Don Bosco— récele, y Ella le concederá la salud.

— ¡Ay! Ayúdeme a rezar usted que es un santo; yo no sé rezar bien.

— Entonces es necesario que recemos los dos juntos.

— Bueno, haré como usted dice.

— Arrodíllese.

— ¡Por favor, señor Don Bosco! Ya hace mucho tiempo que no puedo hacerlo; tengo las piernas paralizadas.

— No importa. Arrodíllese.


Y aquella mujer, para obedecer a la intimación, se apoyó en las muletas intentando hincarse como se le decía, pero Don Bosco, quitándole resueltamente las muletas, le dijo: “Así no, así no. Hay que hincarse bien”.

En el público presente reinó un profundo silencio; no se percibía un suspiro, aunque había muchas personas. La mujer, como por encanto, se encontró arrodillada en el suelo, y llorando exclamaba:


— ¡Oh, Don Bosco! ¿Cómo debo rezar ahora?

— Digamos juntos —le dijo Don Bosco— tres Avemaría a María Auxiliadora.


Y después de haber rezado juntos los tres Avemaría, sin ayuda de nadie ni de nada, aquella mujer se levantó sin experimentar ninguno de los dolores que la afligían desde hacía varios años. Don Bosco, sonriendo, le cargó las muletas sobre la espalda y le dijo: “¡Váyase tranquila señora, y ame siempre y mucho a María Auxiliadora!”.


Entonces, yo le pregunté a Don Bosco con franqueza:

— ¡Don Bosco! ¿Cómo puede usted devolver la salud tan pronto y fácilmente?

— ¡Ah! ¡Es la bondad de María Auxiliadora! Todo es obra de la Virgen.


Esta experiencia, años después me acompañó en las tierras de América como misionero y pastor. Siempre me sentí acompañado por la presencia maternal de María y plasmé mi devoción en numerosas canciones en honor a la Virgen, entre ellas la más popular de todas: “Venid y vamos todos con flores a María”.


Por Alejandro León, sdb

(Boletín Salesiano, 2012-2013)