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26 de noviembre, 2014

“Agradecés que estás bien”

“Estaba en quinto grado cuando entré al Don Bosco, y en esas vacaciones de verano, en uno de los viajes que hacíamos todos los fines de semana al campo, paramos en la banquina a hablar con unos conocidos. Bajamos mi papá, mi hermano y yo, sobre la banquina del lado de la ruta. Venía una camioneta, se le levantó el capot, con la mala suerte que el conductor perdió el control y nos pisó. Mi viejo y mi hermano fallecieron”, quien habla es Enrique Plantey, miembro del equipo nacional de esquí adaptado y exalumno salesiano de Neuquén.

¿Qué recuerdos tenés del momento del accidente?
El que me salvó que me pase algo peor fue mi viejo. La camioneta se venía, él no alcanzó a agarrar a mi hermano y me empujó a mí. Después de eso, me acuerdo de estar la banquina, yo acostado y un señor rezando conmigo. Los dos rezando. Siempre recé mucho. Mi relación con Dios fue siempre de mucha amistad. Y bueno, en ese momento también. Los veía a mi viejo y mi hermano, pero conmigo no estaban. La novia de mi viejo y mi hermanita estaban llorándolos en otro lado.

Enrique Plantey acaba de llegar a las oficinas del Boletín Salesiano en bicicleta. Él es exalumno del colegio Don Bosco de Neuquén, y forma parte del equipo nacional de esquí adaptado. Hace tan sólo unos meses participó de los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi, Rusia: “Nos fue muy bien en los Juegos. Era un premio para mí haber llegado. Ahora estamos buscando la clasificación para Corea 2018. En estas olimpíadas mi propósito era llegar y hacer un buen papel. En las próximas voy a ir a buscar un resultado”.

¿Cómo fue la recuperación?
Yo estaba muy metido en el colegio, tenía muchos amigos. Como no me podía mover, me acuerdo que me daban un espejito para poder ver a través del reflejo la ventana, que daba a un playón. Y veía... no sé, cientos de personas del Don Bosco con carteles. Estuve tres meses internado, y todos los días me llegaba correo del colegio, desde nenitos de jardín hasta chicos de quinto año, gente que ni conocía. Yo era chiquitito, no tomaba dimensión de lo que hay detrás tuyo dándote fuerzas.

Lo importante que es el trato de igual a igual.
Nunca me sentí discapacitado.
Muchas veces, aún sin ningún problema físico,
podés ser una persona que no logra cumplir con sus objetivos.



¿Cómo te empezaste a llevar con la discapacidad?
Yo nunca me sentí discapacitado. Imagináte, había estado casi tres meses internado, y me dijeron “te podés levantar quince minutos por día”... ¡la silla de ruedas era mi mejor amiga! Era un juguete, salía con mis amigos a hacer coleadas en la esquina del hospital.
Obviamente, trae sus dificultades: tenés que aprender a ir al baño de nuevo, algunas cosas de la vida cotidiana... Pero cuando te pasa te olvidás de esas cosas. Digo, casi te vas para el otro lado. Agradecés que estás bien.
El otro día estuve con un chico en silla de ruedas. Y le intenté explicar a él, y sobre todo a la familia, lo importante que es el trato de igual a igual. La discapacidad está en la cabeza. Muchas veces sin ningún problema físico sos una persona que no logra cumplir con sus objetivos, que no logra tener una vida feliz. A mí me cuesta mucho hablar o mostrarme como ejemplo, porque es muy fácil para mí hacer la vida en silla de ruedas... tenés tus barreras, pero no dejás de hacer cosas. Yo me voy a sentir discapacitado cuando tenga una barrera que realmente no pueda pasar.

¿Qué recordás de esos años en el Don Bosco?
Ir al colegio para mí era divertido, por más que no me gustara mucho estudiar. Una vez nos fuimos de campamento, y nos llevaron a una excursión. Por supuesto que yo tenía la posibilidad de no hacerla, porque era una escalada que estaba muy arriba en una montaña. Éramos como cuarenta, y salimos. Llegamos hasta donde llegué con la silla, y después a “cocochito”, rotando entre ellos. Hasta que en un momento a ellos también les costaba subir. Estuvimos a punto de tirar la toalla, pero seguimos. Tardamos más pero llegamos arriba. Cuando volvimos al campamento, todos hablaron de esto, que realmente te demuestra cómo podés llegar. Que buscando la forma, o teniendo un poco de ganas y ayudando entre todos, podés cumplir con algo que físicamente parece imposible.
Agradezco a mi vieja y a mi viejo que me metieron en el Don Bosco. Mi viejo era exalumno. Recuerdo mucho a los padres Rafael, Franco, Benjamín...

¿Cómo surge el tema del esquí adaptado?
En tercer año empecé. Yo solía ir con mis amigos a los centros de esquí. Ellos esquiaban, y yo me quedaba a un costado. Un invierno resulta que había unos tipos de Estados Unidos haciendo clínica de esquí adaptado para los instructores del centro. Me acerqué, y me usaron de “conejillo de indias”: aprendí a la par que aprendían los instructores. Con esfuerzo mi mamá me compró uno de los esquís adaptados que habían traído y tiempo después, tratando de organizar para competir, me puse en contacto por Internet con otros que venían practicando, y organizamos el equipo. En 2008 viajamos a Estados Unidos para que nos hagan la clasificación médica, y bueno... acá estamos.

¿Qué le dirías a una persona que quizás le cuesta verse a futuro, ponerse objetivos?
Todo lo que hago en mi vida es porque me gusta. Si es algo que me está haciendo feliz, que realmente disfruto, me doy cuenta enseguida, porque no paro, me pongo ansioso hasta que lo logro. Siempre trato de aconsejar que las cosas se hacen con esfuerzo, pero también con un fin. Como ahora: vengo muy trabado con la facultad. Estoy en Abogacía, terminando. Obviamente, paso ocho meses al año esquiando. Pero bueno, lo tengo como un objetivo en mi vida. Es mi gran frustración, porque no la puedo terminar. Pero cada vez que me siento y me pongo a estudiar, por más que me cuesta horrores, cuando voy y rindo la materia me da una satisfacción como si hubiera corrido una carrera en Europa y la hubiera ganado. Por el esfuerzo y por haberlo logrado. No voy a la facultad a cumplir, voy porque sé que realmente me hace bien. Es mi objetivo. Hay que ser muy perseverante con los objetivos y con los deberes.

¿Dónde trabajás?
En el Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Estuve durante cinco años en un juzgado penal de la Ciudad, y ahora me salió el pase para la oficina de notificación. Es más relajado porque me puedo tomar una licencia de entrenamiento y no perjudicar a mis compañeros. Aprendo un montón y me da seguridad económica. Me queda cerca de casa, así que es cómodo: voy y vuelvo en bicicleta.

 

Por Santiago Valdemoros