La Palabra me dice
Jesús convoca solemnemente a los Doce para enviarlos, como comunidad, a realizar su misión, la que será la misión de toda la Iglesia, que ellos representan. Para esto les da poder y autoridad. Se trata, por tanto, de un don, no de algo propio. Y este poder es para realizar los signos y anunciar el Reino de Dios, ese Reino que el mismo Jesús estaba, hasta entonces, anunciando con ellos. Los signos seguirán siendo garantía de que el Reino de Dios ha llegado.
Como este Reino es el mayor don, los apóstoles no podrán llevarse nada con ellos ni confiar en las cosas o ídolos del mundo. Ellos son, ante todo caminantes, como el antiguo Israel. El pueblo elegido, durante la travesía del desierto, no sólo no llevaba nada, sino que carecía a veces de lo más indispensable. Sólo el arca, signo de la presencia de Dios, los acompañaba.
El que piensa en las cosas, en sus posesiones o está prisionero de su pequeño mundo, no podrá ser un verdadero discípulo. Este está llamado a salir de sí mismo para ir en busca de otros hermanos, con los cuales compartir el don recibido.
Esto significa que ni siquiera podrá disponer de “su” casa. Deberá ir a casas de otros con el anuncio y la incertidumbre de no saber cómo será recibido. Puede ser que sea rechazado, que es lo que sucedió mayoritariamente con la sinagoga, y que tenga que ir a otros lugares, como de hecho ocurrió con los gentiles. Entonces sí, encontrá su verdadera casa, la Iglesia en la cual hallará lo que ha dejado para misionar: el bastón de la cruz, el pan de vida, la túnica de Cristo que no será rasgada y el tesoro definitivo de la fe pascual.
Este texto nos mueve a pensar, entre otras cosas, qué difícil nos resulta a veces salir a misionar, especialmente entre aquellos que están más alejados, que son totalmente diversos de nosotros, que hasta pueden rechazarnos, como les pasará muchas veces a los apóstoles. También, haciendo nuestro examen de conciencia podremos darnos cuenta, quizás, de cuán apegados estamos a nuestras cosas, pequeñas o grandes, que muchas veces son impedimento para que cumplamos nuestra misión, según las exigencias de Jesús. También puede costarnos salir de nuestro cascarón para abrirnos a otro mundo, que nos desafía y nos demanda claridad y coherencia en nuestro testimonio. |