La Palabra me dice
Para los corazones endurecidos, es decir, los nuestros, ningún milagro basta para la fe. Los discípulos acababan de ver la multiplicación de los panes, pero, ¿creían de veras? Jesús, por su parte, pareciera que alterna entre un intenso ministerio en medio de las multitudes que lo buscan y la soledad para encontrarse con el Padre. Despide a la multitud y pasa largas horas en oración, hasta el atardecer-anochecer. Entre tanto, los discípulos navegan en la barca, símbolo de la Iglesia. De pronto, se levanta una tempestad que hace peligrar la embarcación. Los discípulos tienen miedo, como nosotros cuando surgen fuertes vientos “en contra” de la Iglesia. Ven a Jesús caminar sobre las aguas, como ya lo había declarado el Antiguo Testamento de Yahvé: “camina sobre las olas del mar” (Job 9,8) y atraviesa “las honduras del abismo” (Ecle. 24, 5), revelando su poder sobre todas las potencias del cosmos. Los discípulos siguen atemorizados al ver a Jesús, confundiéndolo con un fantasma. No creen que sea Él. Sin embargo, cuando Jesús se revela con el “soy Yo”, Pedro le pide ir hacia Él sobre el agua. Pero también su fe es incierta y escasa, como la de sus compañeros de barca. Y Pedro desconfía y vuelve a sentir miedo. El miedo echa fuera siempre la fe: entonces, sí que nos hundimos como Pedro. Y Jesús es el único que puede sostenernos, como sostuvo a Pedro. Luego, cuando Jesús sube a la barca, el viento se apacigua. Siempre se hace la noche y reinan las tinieblas cuando Jesús no está en la barca-Iglesia; es decir, cuando falla nuestra fe y nos centramos en nosotros mismos y nuestras angustias. Últimamente hemos hablado demasiado de la Iglesia en Occidente, y tal vez, nuestra fe en Jesús ha decaído al ver templos vacíos y seminarios desiertos. El texto concluye que, cuando la barca atracó con Jesús, la gente difundió la noticia y corrió a encontrarse con Él. Y los enfermos lo tocaban y quedaban sanos. La Iglesia, ha dicho el papa Francisco, es como la luna. No tiene luz propia, refleja la luz del sol. Cree en la luz que nunca se apaga, no en sí misma y sus instituciones que, en cualquier momento, pueden flaquear. Basta que en la barca lleve a Jesús y entonces, también otros podrán tocarlo y sanar. Pero en tiempos de pandemia, pareciera que se multiplican más los miedos que el Pan Eucarístico o el Pan de la fraternidad. ¿Qué nos está pasando hoy en la Iglesia, en Occidente? ¿Será que Jesús es un fantasma o que nuestros errores e incertidumbres pueden más que nuestra fe? |