Evangelio del Dia

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Sábado 21 de Septiembre de 2019

La Palabra dice


Mt. 9, 9-13
Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

 

La Palabra me dice


Lo que el Evangelio nos enseña hoy, o sea, aprender qué significa “quiero misericordia y no sacrificios” está narrado en el llamado y seguimiento de Mateo, un cobrador de impuestos, no muy querido por la gente y miembro de un grupo de publicanos y pecadores. La vocación de Mateo es una verdadera pintura de llamada-respuesta. Una escena que debemos contemplar e imitar. Es una forma concreta de seguimiento de Jesús. Cada una y cado uno de nosotros tiene que resolver ese momento decisivo de seguimiento. Es la vocación.
Y a partir de la decisión de Mateo, Jesús convoca a sus destinatarios predilectos para dejarnos la consigna que acompaña esta reflexión. Es así que debemos aprender la misericordia para con nosotros y para con los demás por encima del cumplimiento mecánico de la ley. Este aprendizaje es hoy, no es para mañana, es hoy que vamos a reconocernos pecadores y vamos a ayudar a nuestras hermanas y hermanos.

Con corazón salesiano


Decididamente Don Bosco buscó la manera de ayudar a los jóvenes en dificultad que vivían en el barrio de Valdocco, en Turín. Un ejemplo lo narra Teresio Bosco con el título El milagro de los pequeños albañiles: “Durante la semana los albañiles de Turín comienzan a ver un espectáculo extraño: un cura que se arremanga la sotana y subía por los andamios, entre cubos e cal y pilas de ladrillos. Era Don Bosco que, una vez resuelto sus asuntos del día, subía allá arriba a encontrarse con sus muchachos. Para ellos era una fiesta. Habían venido de pueblos lejanos, en Turín habían encontrado trabajo como aprendices de albañil, y con frecuencia caían en manos de contratistas avaros y sin escrúpulos que los explotaban. Muchas veces era Don Bosco la única persona que los quería bien y les ayudaba. Pero Don Bosco no se contentaba con subir a encontrarlos en su trabajo. Se paraba a cambiar cuatro palabras con el contratista. Le gustaba saber cuánto les pagaba, qué tiempo de descanso les daba, si les daba la posibilidad de santificar las fiestas. Fue en Italia uno de los primeros en exigir contratos regulares de trabajo para sus jóvenes aprendices, y en vigilar también para que los contratistas los cumplieran”.

A la Palabra, le digo


Señor te pido que me ayudes a reconocer mi pecado y así poder ayudar a mis hermanas y hermanos sin prejuicios, imitando tu misericordia.